viernes, 5 de abril de 2013

JOSÉ RAMÓN LARRAZ. MEMORIAS


Ya sólo la foto de la portada es indicativa del tono un tanto machista del personaje y del contenido de estas sus resumidas memorias, pues de eso se trata, de unas ligeras pinceladas sobre una vida tan intensa y creativa que a algunos nos deja con la miel en la boca. Es decir, son insuficientes. El retrato que hace de su relación con las mujeres no nos gusta nada. Su carrera cinematográfica, a pesar de contar con dos o tres cintas de culto, auspiciadas por el fandom (que todos sabemos que en muchas ocasiones se deja llevar por la corriente de la mayoría), tampoco nos gusta nada. Alguna de las obras de sus comienzos, no lo vamos a negar, tiene suficiente fuerza como para no pasar desapercibida. Alguno de sus últimos títulos, pese a su concesión a la galería, puede llegar a ser disfrutable. Hasta el trabajo mal considerado en sus series televisivas (más por su profesionalidad después de tantos años que por otra cosa). Pero, precisamente, el grueso de su trabajo cinematográfico en su país de origen, es el que peor parado sale. Todo un despropósito de cabo a rabo, no sabemos exactamente responsabilidad de quién, repleto de la gratuidad y los chistes fáciles derivados del momento.


Como se trata de unas memorias, el juez, que es el autor, no es nada imparcial, y arremete contra todo aquel que le haya tosido en algún momento, infravalorando algunos de sus trabajos (y poco importa si el susodicho ha estado a sus órdenes en esos mismos productos que descalifica*). Pero cuando concede alguna entrevista al fandom dice que pasa mucho de las críticas, que quien sea el que se mete con él es un imbécil (un lenguaje florido del que hace buena gala en estas “memorias”). Siendo además, como reconoce, que él mismo pasa también mucho de sus películas (de ahí que le dedique en estas memorias unos pocos apuntes) y que no las ha visto posteriormente a su trabajo en las mismas (trabajo que siempre consideró una extensión de su anterior profesión como fotógrafo de modelos y fotonovelas).


Personalmente me quedo con dos o tres muestras que ejemplifican, a su manera, el fustigamiento de los vicios burgueses, incluida la erótica y poco valorada “El periscopio”.
Lo que sí nos queda claro a ambos es el valor concedido a su trabajo como historietista (muy recomendable y muy loable, trabajando para distintos países y editoriales, y algo que no debería haber abandonado nunca). Ahí, chapeau. Su trabajo en el cómic de aventuras, y, especialmente, nuestro “Coyote” ya apuntaba también maneras cinematográficas en los encuadres de las viñetas. Quizá él mismo se encuentre más satisfecho con esta faceta pues le dedica la mitad del libro.
El material gráfico, si bien no abundante, es bastante atractivo. Aunque se echa de menos la falta de originales de su tarea tebeística (desgraciadamente el autor reconoce poseer poco material). Recomendable sólo para fans y curiosos del “id-om”.


Los prólogos a cargo de Luis Vigil y Carlos Aguilar son inmensos en su talento nostálgico, pero quizá carezcan de cierto marchamo de rigurosidad. La mejor etapa, junto a la edad del cómic, es la recreación histórica y social que hace de su infancia, más bien complaciente y nada comprometida. Con cierto toque de aburguesamiento. Y, en muchos aspectos, no tan diferente de otros compañeros de generación.

Algunos pasajes o anécdotas parecen fabulados, y lamento, en cierta medida, que un genio como Sternberg, según él, le animara a hacer cine.

 Larraz va soltando a lo largo de las páginas, reflexiones un tanto pueriles y demasiado sabidas, sobre su oficio de cineasta. En ocasiones sentenciosas, en ocasiones filosóficas. Quizá la mayor verdad está en la que hay cuando dice: “Yo hago el cine que mis productores, conocedores del público, me piden que haga. Para eso me pagan”. El público, pues, es imbécil. Y él, de artista, tiene más bien poco. No ha impreso su huella, no ha sido un artesano o franco-tirador innovador u original, simplemente un mercenario. Sólo quedarán en la retina del espectador futuro algunas imágenes turbadoras.

M.A. Plana

* Es el caso de Alfredo Landa que trabajó en “Polvos mágicos” . Y quien, en sus memorias recogidas por Marcos Ordóñez, carga las tintas contra Larraz (más preocupado, dice Landa, por perseguir a Asumpta Serna que por la película), la producción del film que fue un desastre (con abandono de técnicos incluido, eliminación de páginas del guión y re-doblaje con diálogos nuevos de Alonso Millán totalmente surrealistas) y todo el embrollo en el que se metió al aceptar el encargo.

También los rumores sobre prácticas zoofílicas durante el rodaje de uno de sus films, recogidos y exagerados, por diversos medios de prensa y algún que otro compañero, siempre le marcaron en su relación con determinadas personas, a nivel “chulesco”, sin más interés en defenderse o clarificar su postura más allá de lo anecdótico.